¡Alegría Marineros!
Por Alejandrina Morelli
Llegué a Piríapolis más dormida que despierta, y en la estación nos estaba esperando Gabriel Hernández, odontólogo de Colonia devenido en tripulante de la fascinante embarcación que nos esperaba en puerto, el velero Copérnico Doblón, en el que ondulaba, junto a la bandera uruguaya, la de España.
¿Cómo había llegado hasta nuestras costas? ¿Qué aventuras, qué mares, que oleajes traería escondidas entre sus velas?
Pronto todos los misterios se develaron.
Al subir a bordo nos esperaba el Capitán, Pedro, dueño de este velero de 22 metros de eslora, con capacidad para 12 personas, que con buen acento español nos dio la bienvenida: “¡Alegría Marineros! Tu sueño es mi sueño.”
La frase me despabiló. Este viaje de Piríapolis a Punta del Este prometía ser mucho más que una travesía en una fría y soleada mañana de octubre.El mundo no sería el mismo si no hubiera soñadores, sino existieran aquellos capaces de jugarse por un amor, una pasión, una profesión o un ideal. Con las debidas disculpas a Bertold Brech, esos son los “imprescindibles”, los que hacen el mundo habitable, los que nos dicen con su ejemplo que vivir tiene sentido.
Acababa de conocer a uno.Adentro mío le di las gracias Adriana Expósito por contagiarme entusiasmo en esa fría mañana de una primavera distraída que le sigue dejando espacio al invierno ¡Cómo si el calendario se hubiera atascado!
Pedro nos recibió y mientras izaba velas rumbo a Punta del Este, dónde la Clipper Race dormía su merecido descanso, nos contó su propia travesía por la vida, que fue tanto o más impresionante que sentir el viento empujando la vela mayor y el trinquete.
“Navegar es como la vida misma, no hay que enfrentar los vientos, sino saber desviarse un poco del objetivo para aprovechar su fuerza e ir acercándonos, aunque en forma tangencial, a la meta que nos propusimos” – nos dijo, y en su expresión vi el rostro del hombre que supo sortear vientos mucho más fuertes que los que podían esperarnos ese sábado de mañana.
Desde hace siete años Pedro navega por el mundo. Ya ha cruzado siete veces el Atlántico y se encamina hacia el sur, a Ushuaia, para dar la vuelta por el estrecho de Magallanes y llegar al Pacífico. Subirá por la costa de Chile y luego pondrá proa a Asia.
“Los tripulantes son gente que le gusta navegar y se van sumando en el camino, a través de la página de Facebook “Copérnico Doblón”. Algunos hacen travesías más largas, otros se bajan al siguiente puerto, pero todos hacen su experiencia“- comenta mientras corrige la posición de la vela.
Cómo si diéramos una vuelta más al timón de una conversación solo interrumpida por los virajes, le preguntamos cómo había tomado la decisión y Pedro le explicó al grupo de periodistas que había reunido Adriana, que a pesar de haber nacido en Madrid, una ciudad mediterránea, siempre había amado el mar. Sus dos negocios en el centro deMadrid, las discotecas Copérnico y Doblón están plagadas de recuerdos de viajes, timones antiguos, campanas de a bordo, banderas de todos los puertos dónde estuvo, tanto que algunos dicen que Doblón es el mar interior de la ciudad y su aspecto de barco Pirata un guiño de ojo a los aventureros de entonces, de la época en que en España se pagaba con monedas de oro llamadas, justamente, doblones.
“Es así -puntualizó- un día te das cuenta que la vida es corta y que si no haces lo que te gusta se te la vas a pasar en sacrificios, entonces tomas la decisión: yo decidí vivir a bordo y navegar por el mundo. Y aquí estamos, llegando casi a Punta del Este otra vez”- de hecho el velero acababa de pasar Punta Ballena y bordeaba la Isla Gorriti para entrar por la “boca chica”.
Los tripulantes esta vez eran Daniel, Victoria que llevaba en su celular toda la información sobre coordenadas, vientos, profundidad, boyas y barcos hundidos y Lucas, el hijo de Gabriel, que hacía sus primeras experiencias a bordo.
Pedro y Gabriel, en esos días, estaban promocionando en redes el Sailing Living Fest II, que se llevará a cabo el 8, 9 y 10 de noviembre, en el Puerto deportivo de Colonia, un festival náutico en dónde habrá talleres de navegación, astronomía, nuevas tecnologías aplicadas a la navegación, gastronomía, entre otros.
El Copérnico Doblón será el “buque insignia” de esta experiencia.
Al entrar a puerto nos cruzamos con el Punta del Este, el primer velero uruguayo que compite en la regata Clipper Race, que da la vuelta al mundo por piernas (tramos) y al ver la bandera española en nuestro velero la tripulación dio saltos de alegría por la coincidencia: ellos también llevaban un capitán español, Jerónimo Santos!.
Al amarrar nos vino el alma al cuerpo a todos, porque el viaje había sido bastante movido, y más de uno se descompuso, sin embargo mi alma al menos, no quería bajarse. Esta experiencia había sido mucho más que navegar de Piríapolis a Punta del Este.
Alguien dijo: “Hay que construir castillos en el aire ¿quién dice que no?, lo importante es ponerle luego los cimientos“. Pedro había encontrado la manera de cumplir su sueño, de ponerle cimientos a su castillo,y no sólo eso, contagiaba la audacia, la valentía, la alegría de vivir que trasmiten quienes viven sin red, dibujando el mañana cada día.
Como en un espejo miré mi pequeña vida cotidiana, llena de aburridas seguridades, en las que tener un perro o hacer un viaje pagado en cuotas son los únicos cambios que se avecinan. Me acordé la letra de La Balsa, el himno de los setenta: ”Construiré una balsa y me iré a naufragar” y me repetí a mí misma “tengo que conseguir mucha madera, tengo que conseguir de donde sea”.
¡Alegría Marineros!